Manuel Vilariño seda de caballo

Del 4 de diciembre al 3 de abril de 2015

El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y el Centro Niemeyer presentan Seda de caballo, una exposición comisariada por Fernando Castro Flórez, que muestra un centenar de obras de Manuel Vilariño, Premio Nacional de Fotografía 2007.

La muestra refleja los aspectos más sobresalientes de la estética de Manuel Vilariño, siempre marcado por el fondo poético y la demanda de una actitud contemplativa.

Seda de caballo es una exposición de un gran maestro de la naturaleza muerta, donde se muestran un centenar de fotografías, algunas formando sus célebres polípticos, y dos instalaciones. En ellas este fotógrafo-poeta nos propone un recorrido que nos lleva desde su particular visión de los animales, a los paisajes, de las naturalezas muertas, a visiones que tienen que ver con la dimensión de la melancolía y la presencia sombría de la muerte.

Manuel Vilariño

Manuel VIlariño (A Coruña, 1952) vive y trabaja en Bergondiño, A Coruña. Fotógrafo, poeta, pintor, inventor de realidades.

Su trayectoria fotográfica, en la que conviven el blanco y negro y el color, se inicia en los años 80 como un continuado intento de fusionar valores de la naturaleza con aspectos de cariz cultural, en un panteísmo objetual que oscila entre los extremos de lo religioso y lo profano, de lo sagrado y de lo proscrito. Su interés por la poesía, los místicos, y los discursos filosóficos, transitan entre las luces y las sombras de su concepción de la fotografía como una puesta en escena de las entrañas y profundidades del pensamiento poético. Nociones en torno al límite, lo sagrado, lo sublime, o la soledad del tiempo en el devenir de la vida y la muerte, reposan en las metáforas de sus composiciones, de una belleza austera, protagonizadas por animales (lagartos, aves), acompañados a veces de otros elementos alegóricos como calaveras, frutas, velas o herramientas.

Experimentador de la fotografía, su obra es consecuencia de un mundo esencial y reflexivo. Sus "naturalezas muertas", hondamente evocadoras de la cultura oriental o del barroco español, sorprenden por su potencia poética.

Membrillos, Manuel Vilariño

Sus primeras exposiciones individuales datan de 1982, en Vigo y A Coruña. Expone en Ferrol, en 1983, y continua mostrando su trabajo en diversas ciudades de Galicia, España, Europa, Estados Unidos, y en numerosos países. India y Etiopia determinarían rasgos esenciales de su obra. Entre sus exposiciones más importantes se encuentran: Bestias involuntarias, que presentó en el año 1993; Emboscadura, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1998; la que realizara en 2002 en el Centro Galego de Arte Contemporánea de Santiago de Compostela, Manuel Vilariño Fío e sombra, con estudios sobre su obra de Fernández-Cid, Chantal Maillard, Félix Duque y Alberto Ruiz de Samaniego, y un poema de Antonio Gamoneda, supuso su consagración.

En el año 2007 se le concedió el Premio Nacional del Fotografía por el reconocimiento a una trayectoria personal en la que, desde la fotografía, reflexiona sobre la vida, los ciclos vitales y el sentido del tiempo a través de su apasionada observación de la naturaleza. Ese mismo año participó en la muestra Paraíso fragmentado, comisariada por Alberto Ruiz de Samaniego, en el Pabellón de España en la Bienal de Venecia.

Montaña Negra, nube blanca, Manuel Vilariño

En 2008, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) puso en marcha una muestra itinerante de su obra, comisariada por Fernando Castro Flórez, que se presentó en el Centro Cultural de España en Asunción (Paraguay), el Museo Balmes en Montevideo (Uruguay), el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo (Brasil) o el MAC Niteroi en Rio de Janeiro (Brasil). Mar de afuera, se presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2012.

Participó en la edición 2012 del proyecto Peregrinatio en Sagunto, organizado por el Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana y ha realizado en 2013 el proyecto Fragmentos de un viaje, resultado de un recorrido poético por Extremadura que se ha presentado en el MEIAC, Museo Extremeño e Iberoamericano de Badajoz.

Desde que realizara su primera exposición, sus obras no han dejado de mostrarse en galerías y museos de referencia, encontrándolas en colecciones como las del Museo Reina Sofía en Madrid, en el Fine Arts Museum de Boston, el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) en Badajoz, ARTIUM de Vitoria o la Colección Coca-Cola.

Búho, Manuel Vilariño

Sobre la obra de Manuel Vilariño han escrito poetas como Antonio Gamoneda, Chantal Maillard o Juan Barja, escritores como Manolo Rivas, filósofos como Félix Duque y críticos como Miguel Fernández Cid, Miguel Copón o Alberto Ruiz de Samaniego.

No falta entre sus obras la poesía ("Ruinas al despertar" de Espiral Maior Ediciones) ya que, como él mismo señala, mi fotografía no existiría si no existiera la poesía, porque es un todo indivisible.

Fernando Castro Flórez

Fernando Castro Flórez (Plasencia, 1964) es Profesor Titular de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Autónoma de Madrid. Crítico de arte para el suplemento "ABC Cultural". Escribe regularmente en las revistas "Descubrir el Arte" y "Revista de Occidente". Director de la revista "Cuadernos del IVAM" y miembro del consejo de redacción de "Pasajes". Ha formado parte del Patronato del Museo Reina Sofía y, en la actualidad, es miembro de su Comisión Asesora.

Comisario de numerosas exposiciones, entre otras la Trienal de Chile, la Bienal de Curitiba o el Pabellón de Chile en la Bienal de Venecia del 2011. Ha comisariado exposiciones de artistas como Anselm Kiefer, Tony Cragg, David Nash, Nacho Criado, Fernando Sinaga o Antón Lamazares.

Entre sus libros destacan: “Elogio de la pereza. Notas para una estética del cansancio” (Ed. Julio Ollero, 1992), “Escaramuzas. El arte en el tiempo de la demolición” (Ed. CendeaC, 2003), “Sainetes y otros desafueros del arte contemporáneo” (Ed. CendeaC, 2007), “Una “verdad” pública. Consideraciones sobre el arte contemporáneo” (Ed. Documenta, 2010) o “Contra el bienalismo. Crónicas fragmentarias del extraño mapa actual” (Ed. Akal, 2012).

Sombras luminosas de Manuel Vilariño

Fernando Castro Flórez

Pájaros, playas, montañas, hielo, crepúsculos y oleaje, el “mar abisal”, en un hermoso verso de Gamoneda, y el rinoceronte velado, el búho y las palabras que descarnadamente aluden a una ausencia. El horizonte de pureza estremecedora de las fotografías de Manuel Vilariño hace que nos enfrentemos a una estética de una belleza poética incomparable, exigente y sutil, verdadera y, por tanto, sombría. Alberto Ruiz de Samaniego advierte que la obra de Vilariño se nos muestra con una “serenidad paradójica”, con una tensión entre un afuera cercano y una lejanía interior, que requiere de “un gesto calmado”, de una luminosidad tranquila. Las fotografías de Vilariño nos hacen volver a la tierra . Tenemos que asumir el conflicto de la obra de arte, esto es, a la relación entre mundo y tierra. Solo atravesando el crepúsculo de los lugares podemos retornar a la montaña y al bosque, al lugar que incluso en tinieblas nos enseña algo. Es ahí, en ese ámbito del desconocimiento, donde el arte busca su materia o, mejor, donde enraízan las obsesiones. Hay que aprender del crecimiento de las cosas en la naturaleza y llegar a decidir cual es el momento oportuno. Acaso el tiempo cronológico y el tiempo meteorológico no hablen de otra cosa que de una mezcla, esto es, del kairós, aquello que resulta propicio. La luz que hace las cosas visibles impone el tiempo de la naturaleza: ahí se unen el corte y la continuidad, lo estático y lo fluido. Si bien la fotografía es el fiel testimonio evocador de la realidad, un medio para recordar, también tiene una singular carga sentimental, en la que se va de la felicidad a la tragedia, esto es, en términos de Barthes, es una reduplicación de lo sido pero también un teatro de la muerte. La sabiduría trágica de Vilariño nos toca al punctualizar el sacrificio, al iluminar hermosamente la finitud.

Al despertar, Manuel Vilariño

El canto de existencia de Manuel Vilariño es un intenso y arriesgado morar en lo abierto; intentando llegar al origen del origen, al aión, el fotógrafo nos hechiza con sus nidos de especias, con sus ataduras y sus paraísos despedazados. Rilke apunta, en las Elegías de Duino, que todas las miradas de todo lo que vive se dirigen hacia lo abierto. Tan sólo nuestros ojos, vueltos al revés, como un círculo de trampas, impiden toda salida. No conocemos lo que está más allá del círculo “sino a través de la mirada de los animales”. Eso es lo que busca Vilariño en sus Bestias involuntarias, los ojos fijos en la lejanía: aspirar a esa existencia sin frontera, límpida. Los más arriesgados son los que quieren más; el canto es la pertenencia a la totalidad de la pura percepción. El fotógrafo ha sentido el empuje del viento desde el inaudito centro de la pura naturaleza, sin necesidad de entrar en el claro.

Lejano interior, Manuel Vilariño

Puede que nuestros viajes no tengan ningún objeto y caminemos para llegar a ningún lugar o tan sólo al ocaso. Vivimos entre la cacería y el juego del escondite, deseamos la presa aunque al final lo que aparezca sea tan sólo la sombra. Estamos, inevitablemente, arrojados a la existencia entre el hueco y la sombra. El fotógrafo muestra animales oscuros, algunos de los cuales califica como “insomnes”, icebergs iluminados con el hielo marcado una negrura premonitoria, montañas que nos hechizan e inquietan.

Crucifixión de los siete cielos, Manuel Vilariño

Manuel Vilariño es un gran maestro de la naturaleza muerta, caracterizada por una gran intensidad poética. Este “emboscado” que retorna, insistentemente, arquetipo de la sombra, ha realizado, en los últimos años unas fascinantes composiciones en las que esencializa ese género clásico, utilizando elementos como una vela, frutas o pájaros ahorcados. En un escenario muy despojado asistimos no tanto a la apoteosis del luto cuanto a un despliegue cromático; Vilariño resalta los colores de los animales muertos, intensifica la textura de los alimentos mientras la omnipresente llama de la vela parece que ingresara en una dimensión onírica. En cierta medida, este artista está materializando lo que resta de los pliegues del sueño: una mariposa en un libro de misas abierto, unos limones que están ya en descomposición, un escarabajo que parece trepar por la cera que se consume. Más allá del literalismo, produce un juego de variaciones extraordinario en el que precisamente no ahoga la fantasía del vuelo sino que invita al espectador a introducirse en imágenes que merecen el calificativo de “generosas”. La obra de Vilariño, una inmensa naturaleza muerta, impone una misteriosa luz interior. Lo que este artista quiere es dejar ser al animal o, mejor, a lo terrenal, manteniendo, de ese modo, abierto el mundo. En nuestra época epilogal el resto, que es lo que hace al hombre feliz, puede ser de nuevo el erotismo la risa o el júbilo ante la muerte. El fotógrafo aguarda, con los ojos desnudos a “cielo abierto”, compone escenas rituales para dar espacio a lo que es propiamente invisible. La hermosa travesía de Vilariño hacia un norte que es afuera radical tiene algo de viaje órfico, de “oscuro estremecimiento” en pos de la sombra amada.

El Despertar, Manuel Vilariño

Si Manuel Vilariño evoca la soledad, el silencio o la muerte, también puede encontrarse en su obra la ternura, el placer del juego y la dicha del encuentro que proporciona el viaje. En uno de sus textos señala que, más allá de la realidad aparente, germina la mirada del vértigo del instante “en el bosque de sombras”. Es capaz de generar imágenes que son, al mismo tiempo, dramáticas y capaces de transmitir la intensidad de la vida, desplazándose entre la ligereza y la oscuridad, la aurora y lo crepuscular. Este fotógrafo que tiene alma de poeta sabe que la obra de arte es un cuestionamiento que no espera una respuesta definitiva.

Sula Bassana, Manuel Vilariño

La belleza surge casi accidentalmente. Vilariño habla de una nostalgia de la belleza que le obliga a mantenerse en vecindad con la muerte, en una rara dimensión de la felicidad que surge de un fondo nihilista, en la certeza de la finitud. “Los restos de animales –escribe con enorme lucidez-, las osamentas, me estrangulan el pensamiento, apartándome de la reflexión y de los límites conocidos. El horizonte es inconsciente activo, o laberinto, los deseos. Funciona el automatismo y el azar en un fondo inexplorado”. Acaso sea en lo que sobra donde esté lo decisivo, en el residuo poético. Una vez más, recordando a Celan, “dice verdad quien dice sombra”.

Paraíso fragmentado, Manuel Vilariño

El catálogo

  • Edita: Ministerio de Educación Cultura y Deporte
  • Autores de los artículos: Fernando Castro Flórez / Alberto Ruiz de Samaniego / Miguel Ángel Hernández Navarro
  • Disponible en el espacio tienda del Centro Niemeyer

Manuel Vilariño Seda de caballo. Del 4 de diciembre al 3 de abril de 2015 en el Centro Niemeyer. Horarios: de miércoles a domingo de 11:00 a 14:00 h Entrada: 2 € / 1,5 € reducida.

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